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Nietzche, filósofo de la sospecha

Nietzche, Marz y Freud son conocidos como los filósofos de la sospecha, pues piensan que dos mil años de cristianismo han corrompido al ser humano. Marx habló de la sospecha derivada del hecho de que las ideas políticas y jurídicas de la sociedad están en manos de la clase dominante miestras que Freud, señaló que las causas reales de nuestra conducta no son racionales.

 

Nietzche pertenece a este grupo pues puso bajo sospecha los modelos que garantizaron durante siglos la pervivencia de ideales científicos, filosóficos y religiosos que, como la idea de verdad o de bien, acabaron por conducir al ser humano a su propia perdición. En opinión de Nietzsche, valores como la bondad, la resignación o la debilidad gozan de un prestigio excesivo. La moral tradicional hace que las personas renieguen de su propia naturaleza, las pasiones. Según Nietzsche, este proceso de decadencia comenzó con la obra de Platón y se reforzó después con la moral cristiana.

 

Respecto de la idea fundamental de la filosofía platónica, Nietzsche defiende que la distinción tradicional entre fenómeno y cosa en sí carece de sentido. Lo único que refleja esa idea es una vida decadente. El filósofo, insatisfecho con el mundo natural, se inventa un mundo a imagen y semejanza de su voluntad y sus deseos.

Crítica a la metafísica

A juicio de Nietzsche, la época trágica de la filosofía llegó a su fin con Sócrates, que dio comienzo a una época en que la razón y, por tanto, la moral cobraría cada vez mayor importancia. La razón se convirtió en la gran maestra rectora del ser humano y, puesto que sólo aquello digno de conocimiento resulta imprescindible, se desecharon los sentimientos por inservibles. De este modo, los aspectos irracionales y lúdicos de la vida pasaron de ser algo natural a algo inmoral.

 

La filosofía posterior a Sócrates mermó notablemente la tendencia presocrática como la de Anaximandro, Anaxágoras y, sobre todo, Heráclito, que negó la inmutabilidad del ser, aduciendo que la naturaleza verdadera de la realidad es el cambio: en la metáfora del río es donde mejor se representa la realidad

 

En efecto, los conceptos no pueden dar cuenta del meollo de la vida; por su propia naturaleza, la realidad, que se rige por el cambio. es huidiza e inaprensible. Sin embargo, la metafísica, que rechaza la mutación como fundamento de lo real hace oídos sordos a esa naturaleza cambiante de la vida.

La metafísica desdeña, según Nietzsche, el mundo físico que se define por el espacio y el tiempo, y da realidad a aquello que no es más que el producto de la imaginación humana. Para decirlo de otro modo, desconfía de los sentidos porque éstos muestran una realidad en perpetuo cambio: los sentidos son, para el metafísico, enemigos del pensamiento. Ahora bien, Nietzsche piensa que el punto del que se debe partir es precisamente el del movimiento y los sentidos, en lugar de primar aquellas ideas generadas por el concepto y el pensamiento.

Negación de la trascendencia y los engaños del lenguaje

El vitalismo nietzscheano propone que el ser humano busque sus objetivos y fines vitales dentro de sí mismo, sin recurrir a ninguna instancia ajena a él. No  debe, pues, someterse a fuerzas exteriores, como si estuviera acobardado. Así pues, según Nietzsche, en último término no habría ninguna diferencia entre Dios y el mundo. puesto que las facultades atribuidas a Dios, aquellas que se supondrían fuera del alcance del ser humano, son en realidad las que los seres humanos poseen en su interior.

 

Cuando se inventan las palabras se tiende a pensar, equivocadamente, que se está nombrando una esencia. Ahora bien. pretender aprehender un fragmento de realidad como si se tratara de la realidad en sí es abandonarse a algo que sólo cabe hacer desde el concepto.

La mentira se apodera de nosotros cuando utilizamos una serie de palabras como si ellas dieran cuenta de la sustancia o de la realidad en sí, cuando realmente, sin embargo, el origen de las palabras es la convención, el acuerdo entre los hablantes que necesitan entenderse mutuamente.

Sólo los hombres y mujeres que siguen su intuición y su instinto artístico son capaces de percatarse del engaño de la invariabilidad de las cosas.

EL VITALISMO

Según la filosofía vitalista, el meollo de la vida está constituido por el instinto, el deseo y los afectos. o sea, por sentimientos ajenos a la razón. Nietzsche creía que la vida estaba gobernada por una lucha constante entre opuestos, todos los cuales se alimentarían recíprocamente, de tal modo que el fenómeno vital resultaría inaprensible desde un punto de vista racional, siendo la intuición y la imaginación mucho más valiosas que la propia razón.

De esta manera, Nietzsche adujo que sólo la estética, es decir, la tragedia, alejada de toda filosofía conceptual, es capaz de aprehender el meollo fundamental de la realidad y de la vida. Sólo la estética. Los conceptos nunca alcanzarán a aprehender esa realidad; para ello, sólo será válido el sentimiento trágico de la vida.

Podemos observar, por lo tanto, que en el otro extremo de esa visión estaría el racionalismo, que, frente al sentimiento estético-trágico de la vida, postula la lógica y una racionalidad puramente cerebral. Igualmente, frente a la visión nietzscheana de la existencia según la cual la vida es puro cambio, el racionalismo defiende que en la vida no hay cambio en absoluto, la pura permanencia.

Lo apolineo y lo dionisiaco

Apolo es el dios de la luz y de la medida, modelo de las formas y las ideas más perfectas, el DEBER. Dionisos, por su parte, representa lo informe y lo desmedido; es el dios de la noche y de los impulsos sexuales, el DESEO.  En la tradición filosófica europea se ha negado a Dionisio, conviertiendo el DEBER en SER. Este se puede observar claramente desde Platón, quién declaró los sentimientos y las pasiones aborrecibles e inmorales, cuando en realidad son parte del ser humano

En su crítica a la filosofía occidental Nietzsche reivindicó la necesidad de conciliar ambas tendencias. la apolínea y la dionisiaca, para conseguir equilibrar lo que de ambos habita en el ser humano. No obstante, la racionalidad científico-racionalista (representada por Apolo) hace caso omiso del puro devenir que es el mundo, es decir, de Dionisio.

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