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La virtud y la ciudad ideal

A Platón no le interesa cómo son los Estados, sino cómo deberían ser. Esto se debe a sus experiencia personal y a la muerte de Sócrates, la cual le impactó profundamente, por tanto, Platón crea el estado perfecto, una utopía meramente teórica. 

Según él en "La República", el origen y objetivo de la comunidad es la justicia, sin la que la convivencia resultaría imposible. Esto solo es posible si cada ciudadano realiza su cometido, en la ciudad se desempeñan múltiples tareas, y cada ciudadano ha de contribuir a ellas según sus facultades, teniendo siempre en cuen­ta que la función genuina de la ciudad consiste en producir bienes y en garantizar que cada ciu­dadano vea cumplidas sus necesidades. En este estado no existen las libertades individuales, la gente ha de trabajar en aquello que mejor se le dé, no en lo que quiera. Esto es regulado por el Estado, todo el trabajo de los ciudadanos va destinado al bien común.

Los tres estamentos sociales

Platón diseño para su ciudad tres grandes estamentos según la virtud del alma de cada uno (recordar dualismo antropológico).

 

Productores:

Tienen especiales destrezas manuales y se encargan de la producción de bienes, destaca el alma concupisciente y su virtud es la templanza. Son artesanos, comerciantes, campesinos...

 

Guardianes

Los guardianes alcanzan el segundo nivel de las ideas (recordar dualismo ontológico), pues para defender la ciudad han de estar preparados en matemáticas y geometría así como en gimnasia y otras destrezas físicas. Su dimensión destacada es la irascible, y su virtud, la fortaleza.

 

Filósofos gobernantes

Son elegidos de entre los mejores guardianes y son estudiosos de la dialéctica, el filosofo gobernante es aquel que ha llegado a la idea suprema, el bien y la justicia, tiene el amor, formación y la virtud de la prudencia, pues la dimensión del alma que se destaca es la racional

 

El sistema de Platón no es un sistema democrático, pues­to que sólo los mejores y los más sabios alcanzarían el poder. En cualquier caso, no parece que Platón tuviera muy buena opinión acerca de la democracia.

Platón cita también las condiciones que harían posible la justicia:

 

- Primero, deben desaparecer la riqueza y la pobreza. Los dos estamentos sociales de más alto rango, el de los soldados y el de los gobernantes, no necesitan rique­zas, salvo las estrictamente necesarias para poder vivir, las cuales serán proporcionadas por el Estado. Sin embargo, a los trabajadores manuales no se les debería negar el derecho de tener posesiones.

 

- La segunda condición de la justicia es, para evitar favoritismos, que los miembros de las clases superiores rechacen tener una familiar. Ya que tanto hombres como mujeres pueden participar en política, la familia constituiría un obstáculo a la hora de formar gobierno. El Estado, ade­más, regula el matrimonio entre hombres y mujeres, y se hace cargo de la educación de los hijos.

 

Formas de organización del Estado

 

Platón piensa que la tarea fundamental del Estado consiste en proporcionar una vida feliz y justa a sus ciudadanos. Así pues, las obligaciones del Estado y del individuo son muy distintas. Si los ciudadanos se comportan injustamente, la justicia se tornaría impracticable, es decir, todos y cada uno de los ciudadanos han de realizar su cometido, si los ciudadanos defraudan a Hacienda y el gobierno es corrupto, la falta de justicia es responsabilidad de ambos, y sin justicia, no puede haber paz. Del mismo modo, si la actuación del Estado fuera perversa, los ciudadanos no podrían comportarse correctamente.

 

No obstante, muy por encima de los ciudadanos y del Estado, es preciso seguir la ley moral que habita en nuestro seno, puesto que los comportamientos justos son similares en ambos casos.

 

Felicidad y bien supremo

La ética platónica, que recoge detalles del pensamiento socrático y que será posteriormente ampliada, corregida y conceptualizada por Aristóteles, es eudemonista, dado que se orienta a la felicidad. El bien supremo consiste en el desarrollo de la personalidad, del alma, de forma que adquiera el estado en que debe hallarse y, por ello, sea feliz.

En el Filebo, Platón muestra una discusión entre Protarco y Sócrates, de la cual concluyen que una vida buena para el hombre tiene que contener placeres intelectuales y placeres corporales, siempre que sea con mesura.

 

 La ética platónica abarca cuatro virtudes fundamentales que se derivan del análisis de las dimensiones anímicas que presenta el ser humano (la racional, la irascible y la concupiscible). Así, al alma concupiscible le corresponde una moderación, una templanza inteligente, al alma irascible le atañe una capacidad de sacrificio, una fortaleza de ánimo ante las adversidades, el coraje propio de los que van a la batalla, que no se apartan de la primera fila pese a estar expuestos al peligro. Estas dos virtudes se unifican en la presente o generada por la parte racional del alma, la prudencia, que representa lo verdaderamente bueno para el hombre y los modos para conseguirlo. A su vez, las tres virtudes precedentes se suman e integran en una cuarta, que produce armonía, la justicia.

 

Esto abarca la determinación práctica del bien (prudencia), su efectiva realización social (justicia), el coraje para alcanzarlo o defenderlo de agresiones o amenazas (fortaleza) y la moderación necesaria en virtud de la cual podemos controlar y no confundir dicho bien con el exceso placer corporal (templanza).

 

Platón creyó siempre que nadie optaría por el mal a sabiendas. Creía que si alguien actuaba mal era porque imaginaba que hacía bien, aunque fuese todo lo contrario; si uno se deja arrastrar por la maldad es porque, sostenía Platón, no conocía el verdadero bien, o porque cede temporalmente a la pasión, un bien aparente. Esto, sin embargo, no exculparía al individuo de responsabilidad moral.

 

Polemarco había postulado su teoría de que era conveniente, y justo, portarse bien con aquellos seres próximos si ellos eran buenos, pero que con los enemigos no cabía remordimiento alguno y había que actuar con maldad. Platón rechazará esta máxima  pues afirma que hacer el mal nunca puede ser bueno, y nunca puede proporcionar bien ni felicidad alguna.

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